Diario de una Princesa
miércoles, 5 de agosto de 2020
Abriendo la caja de Pandora
Hoy abrí la caja de recuerdos y con ella la llave de lágrimas de mis ojos. Hace mucho tiempo no pasaba por aquí y decidí leer varios posts que me hicieron revivir momentos inolvidables y sentimientos cubiertos, pero existentes aún.
Han pasado muchas cosas desde entonces. Cree otros blogs, los cuales también dejé en el olvido; sigo en el mismo trabajo, pero inicié una nueva profesión; me he mudado tres veces, me divorcié y eso, eso ha marcado los últimos 5 años de mi vida y es lo que hoy me hizo regresar a este espacio, que durante muchos meses, y años, fue mi espacio de desahogo, mi ventana fuera del mundo real.
Hoy, platicando con unas amigas, comenzamos a compartir cosas de antaño. Algunas contaron sobre cómo conocieron a sus esposos, fotos de sus bodas y, de repente, me vi abriéndoles mi corazón y contándoles los increíbles recuerdos del matrimonio que tuve. Cuando llegué a la clásica pregunta "por qué te divorciaste", me quedé igual que siempre, en una incógnita gigante. Por inexperta, por estúpida, por acelerada... por muchas razónes quizá...
Cómo he cambiado en este tiempo. He aprendido tanto y he tenido tantas lecciones que, sin duda, si pudiera regresar un par de años el calendario, mi vida sería otra.
Hoy soy feliz porque ya no deposito en nadie ni en nada la responsabilidad de hacerme feliz, porque tengo dos maravillosos hijos que diario dibujan una sonrisa en mi rostro y otra en mi corazón; porque hago lo que me gusta, porque estudio lo que más me apasiona y me ha apasionado siempre, porque tengo salud, porque tengo a mis padres con vida, a mis hermanos, y a mi mejor amiga, que, a pesar de la distancia, siempre está cerca de mi corazón. Hoy soy feliz porque vivo más el ahora y he aprendido a soltar, a no controlar.
Y bueno, quizá regrese por acá a compartir, quizá no... pero hoy, este espacio me hizo revivir, sentir, recordar y comprobar que cuando un sentimiento es real, permanece a pesar de malas decisiones, del tiempo y de lo que sea.....
domingo, 15 de enero de 2012
jueves, 5 de enero de 2012
Un regalo para siempre
Cuando me mudé al nuevo departamento, estaba más que emocionada, significaba mucho para mí. El inicio de una nueva etapa, el cerrar círculos, tener que enfrentar y afrontar mis miedos, aprender a vivir completamente sola y, sobre todo, poder decorar a mi gusto y antojo.
Como buena princesa cursi que he sido toda la vida, siempre me ha gustado el color rosa. Durante mucho tiempo mis celulares fueron rosas, mi compu es rosa, la mitad de mi closet es rosa y mi último coche estuvo a punto de ser rosa, pero mis papás me salvaron de hacer semejante ridiculez, así que claro está que mi casa tenía que ser del mismo color, rosa.
Como me mudé en diciembre, lo primero que hice fue poner mi arbolito con esferas, limpia pipas y listones rosas. Había decidido que la combinación que utilizaría sería rosa y chocolate, así que me di a la tarea de buscar una pintura para pintar una pared de la sala. Cabe mencionar que hasta ese momento estaba soltera y nunca imaginé que en menos de lo que esperaba, seríamos dos.
Cuando Luis llegó, no opinó mucho sobre mi decoración, únicamente expuso que, para él, el rojo era el mejor, e, incluso, que había decidido decorar su casa con ese color; sin embargo, las cosas sucedieron más rápido de lo que pensamos, y para febrero ya vivíamos juntos. A partir de ese momento, tuve que limitarme en el uso del rosa y le di un twist a guinda, magenta o violeta, según como se vea.
Cuando comenzamos a buscar adornos, muebles y demás detalles para el departamento, encontrábamos cosas padrísimas, pero en rojo. "Ya ves, el rojo es el color padre", me decía. Poco a poco fuimos encontrando cosas que nos gustaron a los dos. Mandamos a hacer un mueble para la sala en color chocolate y guinda (o magenta) y agregamos a nuestra mesa de bodas un tapete guinda con negro, pero faltaba algo muy importante, un cuadro.
Dedicamos un día a pasear por San Jacinto en busca de la pintura perfecta y no encontramos nada. Chequé varias páginas de artistas, busqué a través de facebook y en algunas galerías, pero no, nada me convencía. De pronto, cuando supimos que estaba embarazada, fijamos nuestra atención en los artículos de bebé y nos olvidamos de la decoración del hogar, lo dejamos en "stand by".
En nuestro aniversario, Luis me llevó de sorpresa a Tequisquiapan con el fin de cumplir uno de mis gustos, volar en globo.
La tarde que llegamos, fuimos a caminar al centro del pueblo. Recorrimos los locales, comimos un pan de queso que nos recomendaron y nos dedicamos a disfrutar de la noche. De repente, una escultura a fuera de una tienda llamó mi atención. Entramos y nos enamoró un cuadro. Era rojo con marco chocolate y tenía escrita, además de otros garabatos, la palabra "Amore". Hubiera sido el cuadro perfecto de no ser por el color.
Antes de Navidad, el marido me avisó que tenía un regalo especial para mí, pero que no llegaría a tiempo para el 24. No imaginaba qué podía ser. Por un momento pensé en el iphone, pero cuando vi que no se preocupaba cuando yo preguntaba por precios o decía que lo iba a encargar, descarté la opción; también pensé en un Twinkle Baby, pero días antes, cuando salió la nueva colección, me aclaró que no me compraría otro, así que también estaba descartado.
El 29 de diciembre, a punto de salir de la oficina, recibí un mensaje del marido que decía "amor, ¿ya vienes? ándale, ya llega". No me pareció raro, pues generalmente nos avisamos cuando vamos hacia casa o preguntamos cómo va el otro. Cuando abrí la puerta, sólo escuché "ay no, se nos adelantó", acompañado de una carita de niño travieso.
Cerré la puerta, di unos pasos y me encontré con tremendo regalo. El cuadro que habíamos visto en Tequisquiapan, pero personalizado. Resulta que Luis contactó al artista y le pidió que hiciera uno con la misma idea del que nos había gustado, pero con otra paleta de colores, la adecuada para la casa, y otra leyenda, "Hanover Sq", calle de Londres en la que me entregó el anillo de compromiso.
Además de lo increíble del regalo por sí mismo y el significado especial que tiene, amé mi regalo por la originalidad del marido, pero, sobre todo, amo al marido por ese tipo de detalles que tiene conmigo y que nutren la relación día a día.
jueves, 29 de diciembre de 2011
Bienvenida a la Ciudad de México
Como algunos ya lo saben, provengo del lugar más hermoso de la República: Culiacán, Sinaloa, pero desde hace más de una década radico en chilangolandia.
Parece que fue ayer cuando arribé de la ciudad de los Tomateros, traía unas mallas floreadas, shorts verde olivo que hacían juego con un saco del mismo color, unas botas altas por eso del frío de la ciudad y una bolsa negra llena de recuerdos, esperanza y emoción. ¡Vaya outfit!
Bajé del avión, observé todo a mi alrededor, me asombré al descubrir que en el D.F. no existían las estrellas y a cambio de eso tenían una serie de luces rojas por todos lados, me sorprendí cuando la aeromoza dijo que teníamos que subirnos a un camión para llegar a la terminal que nos correspondía, lloré cuando le sonreí a una niña como señal de amistad y como respuesta obtuve una mueca acartonada, me reí cuando escuché hablar a una pareja de defeños y me enojé cuando otros se burlaron de mi tono y forma de hablar.
Recogimos nuestras pertenencias, incluyendo un bull terrier american stanford, último regalo que recibí de mis primos y, a decir verdad, el cual conseguí mediante chantaje emocional.
Cuando por fin encontramos la sala de llegadas nacionales vi a mi papá a lo lejos, esperaba ansioso a su retoño y a la reina del norte que traería orden a su vida, osea, mi mamá.
Nos subimos a una camioneta RAM y partimos rumbo a Satélite para visitar a una tía y después dirigirnos al que sería mi nuevo hogar. No sé cuántas horas pasaron, las suficientes para que mi papá y yo nos pusiéramos al tanto de nuestras vidas después de casi 7 años sin vernos. Me dijo que todo estaría bien, que iría a una escuela donde tendría muchos amigos, que visitaría Culiacán periódicamente, que México me encantaría, que los chilangos no son tan malos como dicen por ahí, que en Japón ya existían los CD´s musicales (en México aún no) e incluso me dijo que me regalaría un mini CD que trajo de su viaje; me contó algunas de sus aventuras en aquella tierra súper lejana ante mis ojos y me emocioné tanto, que desde ese momento se convirtió en mi sueño conocer algún día Japón.
Pasaron dos horas, mi papá ya conocía mi color favorito, mis pasatiempos y el grado escolar al que debía inscribirme; yo escuché a qué se dedicaba y no dejé de sorprenderme al verlo por el retrovisor y comprobar nuestro enorme e indiscutible parecido.
Verdaderamente estaba asombrada, no podía creer que siguiéramos en el coche, por un momento sentí que había llegado al aeropuerto de un pueblo o una ciudad lejana al Distrito Federal, mi mente no podía procesar que en las calles existiera esa cantidad de coches ¡con razón me ardían los ojos! Suficiente humo salía de cada uno de ellos como para dejarme ciega.
Mi sorpresa fue aún mayor cuando cruzamos un arco que decía “Buen Viaje, vuelva pronto a la Ciudad de México” ¿pues a dónde me llevaban? ¿Acaso eso de la nueva vida en el D.F. fue sólo un engaño? O peor aún ¿mi papá se había arrepentido de traernos y nos iba a regresar, pero por carretera?
Señores vendiendo papas y frituras en medio de la calle, camiones verdes llamados microbuses, cuyos conductores se sentían los dueños de la ciudad; carros metiéndose a la fila… todo era nuevo para mí, pero sabía que eso era parte mi nueva vida en chilangolandia.
Después de tres horas de aventura, llegamos a casa de mi tía, quien me recibió con un “Princesaaaaa (una ”a” que cantó por aproximadamente 5 minutos), que grandeeeee (otros 5 minutos de vocal cantadita) estás”. La primera pregunta que pasó por mi cabeza fue ¿así tengo que hablar ahora? Y sí, así hablo actualmente, de mi lindo acento norteño no queda nada, y tarde, pero aprendí que ir del aeropuerto a Satélite no es viajar, que Periférico dista mucho de ser una carretera, que no debo sonreírle a desconocidos cuando voy por la calle, que aquí no puedo pedir en la panadería un "torcido", que debo decir "goma" en vez de "borrador", que en el supermercado no venden "goma" para el cabello, que el zacate aquí se llama pasto, que Culiacán sigue siendo el lugar más hermoso y que las norteñas somos bien aceptadas en estas tierras.
lunes, 26 de diciembre de 2011
Navidad 2011
No recordaba cuándo había sido la última vez que la pasamos juntos. No tenía recuerdo alguno de aquella ocasión. No sé qué cenamos, qué nos regalamos ni qué platicamos; de hecho, no sé si platicamos o compartimos la cena en silencio, como en muchas ocasiones.
Sólo recuerdo que en 2007, decidí invitarlos a mi nueva casa. Pretendía que fuera una Navidad especial para ellos y para mí. Iniciaba una nueva etapa en mi vida y quería que la pasáramos juntos, pero esta vez en mi espacio.
Todos aceptaron la invitación, excepto él. Amenazó con anticipación que no iría, que no quería arruinarnos la cena. Prestamos poca atención, pues creímos que era una más de sus advertencias sin cumplir y que llegaría a tiempo para cenar y disfrutar de la noche.
Me esmeré en arreglar la casa, preparé algunas botanas y dejé todo listo. A los pocos minutos, llegaron mis invitados cargados de regalos y refractarios con comida. Al saludarlos, me di cuenta que faltaba un integrante de la familia. Sí, había cumplido su advertencia.
Esa fue la primera Navidad de cuatro que no pasó con nosotros. Sin embargo, este año fue diferente. No sé si el nacimiento de Rodrigo, Emma y Alan le hizo reflexionar, quizá el darse cuenta que la infancia de Naomi está volando o probablemente el no querer pasar una Navidad más solo, pero días antes del 24 dio a entender que sí la pasaría con nosotros, incluso, no se quejó al recibir la notificación de que estaba incluido en nuestro tradicional intercambio.
Tenía muchas expectativas de esta Navidad. Sería la primera con Rodrigo y mis sobrinos, la primera en la que nos reuniríamos tres familias diferentes, la mía, la de mi hermana y la de mi mamá. Había planeado tomar mil fotos, vestir guapos a los niños y hacerles una sesión fotográfica en la sala de la abuela, que,en estas fechas, parece la misma sala de la señora Claus por el colorido y variedad de adornos que coloca en cada rincón.
Nada de eso se cumplió. Mis sobrinos se enfermaron un día antes y tuvieron que estar encerrados con vaporizaciones y medicamento; Rodrigo, puntual como siempre, se durmió a las 8 de la noche; faltó un integrante de la nueva familia, no hubo fotos y fue la primera Navidad, en muchos años, que mi mamá no cocinó su delicioso y esperado menú navideño; sin embargo, fue mucho mejor de lo que esperaba.
Compartimos la cena entre risas, anécdotas y pláticas tontas. El vino hizo de las suyas y nos dio un buen rato de diversión. Hicimos el intercambio y al parecer, por primer año, todos quedamos conformes, o eso dejamos ver. Mi hermano, a su forma particular, pidió sus respectivos abrazos, y todos nos deseamos lo mejor.
Nos quedamos los que debíamos hacer labor de Santa. Acomodamos los regalos alrededor del árbol de Navidad y nos fuimos a acostar. Yo, con la misma emoción de siempre y con la ilusión de ver las caras de los niños al despertar. Compartimos cama los tres y pese a los pronósticos, dormimos perfecto.
En la mañana, el primero en despertar fue Rodrigo. Al ver que estábamos a su lado, pero con gran espacio entre cada uno, se limitó a sonreír y a platicar, hasta que despertó a Naomi, y ella, a su vez, a todos los demás.
Aún con caras de dormidos y con mucho sueño, bajamos al árbol, y la Navidad del 2011 terminó con la imagen más hermosa, los cuatro niños jugando con sus regalos de Santa, gritando y sonriendo.
jueves, 26 de mayo de 2011
Crónica de un nacimiento
Parece que fue ayer cuando, invadida por los nervios y el miedo, desperté temprano, me metí a bañar, contuve las ganas de darle un trago a mi botella de agua, me cambié con la ropa más cómoda que encontré, me sequé el cabello, cerré mi maleta y me subí al coche.
Durante el trayecto, twitee un par de cosas, mientras mi marido intentó distraerme con sus típicas trivias musicales, pero mi mente estaba en otro lugar, intentando imaginar a la personita que conocería en un par de horas y bloqueando los nervios excesivos por la cesárea.
Llegamos al hospital, saludamos a mi papá, quien nos esperaba ansioso desde varios minutos antes, hicimos el ingreso y apareció mi mamá, mi tía, dos de mis hermanos y una prima. Me abrazaron, me desearon suerte y subí el elevador para dirigirme a la sala de enfermeras, donde me prepararían para la cirugía que estaba programada en 30 minutos.
Contesté dos o tres veces las mismas preguntas, a la enfermera, al anestesiologo y al ginecólogo de guardia. El tiempo pasaba más rápido que de costumbre, mi corazón palpitaba más fuerte y mi temperatura bajaba poco a poco.
Tras las últimas fotos del recuerdo con mi bebé dentro de mi vientre, el camillero anunció mi partida. Para ese momento, mis nervios estaban a tope. Todo me daba miedo, había escuchado tantas historias del “bloqueo” que estaba aterrorizada. “Doctor, ¿hay alguna anestesia intermedia entre la general y el bloqueo?,” pregunté antes de abandonar la habitación, pero mi pregunta sólo causó risas.
Ya en el quirófano, se escuchaba de fondo una pieza de música clásica, al tiempo que la voz de una doctora me decía: “tranquila, todo estará bien, no duele, vas a sentir, pero sin dolor”. Minutos después, el anestesiologo me indicó que me pusiera de lado para bloquearme. “Necesito que no te muevas, sube tus piernas lo más que puedas, pero que no te incomode, tu brazo en esta posición, no lo muevas para nada, vas a sentir un piquetito y posiblemente te ardan un poco las piernas, yo te aviso cuándo”. En esos momentos, trataba de recordar mis clases de yoga, “respira, reten cuatro tiempos, fuera el aire”.
Justo cuando iba a sentir el dichoso piquetito, mi ginecólogo se puso frente a mí, me acarició el brazo y me tranquilizó. Y sí, tenían razón, el piquetito dolió menos que el calambre que sentí dos veces en la cadera.
Escuchando las aventuras del anestesiologo en su reciente viaje a Londres, poco a poco fui perdiendo sensibilidad en las piernas hasta que, a lo lejos, percibí la voz de mi doctor, “ya vamos a comenzar”.
No sé cuánto tiempo pasó cuando de repente vi a mi esposo parado a mi lado pronunciando un “te amo” que escuché entre sueños. Por más que intentaba, no podía mantener los ojos abiertos, lo cual me preocupaba, pues quería ver a mi hijo en cuanto saliera de mi vientre. Decidí dejar de pelear con ellos, los cerré y centré mi atención en mis oídos, a través de ellos sabría cuando Rodrigo llegara a este mundo.
Escuché fragmentos de plática entre el pediatra y mi esposo, y cuando el doctor dijo “vente, ya casi sale”, nuevamente abrí los ojos y me mantuve alerta. “Ya se ve el cabello, viene muy grande, calculo 4 kilos…”, fueron las primeras expresiones con relación a mi hijo. Acto seguido, el anestesiologo preguntó “¿necesitan ayuda?”, sentí una gran presión sobre mi panza y, segundos después, escuché claramente el llanto de mi gordo.
Moría por verlo, luchaba por mantenerme despierta y volteaba a mi lado izquierdo esperando que de un momento a otro apareciera su imagen, y así fue, me lo mostraron un par de segundos y se lo llevaron. Minutos después, mientras mi bebé lloraba a todo pulmón, el pediatra lo acostó sobre mi pecho. Ese ha sido uno de los momentos más especiales de mi vida. En cuanto su cuerpo tocó mi piel, su llanto cesó y sus ojos buscaban los míos mientras escuchaba atento mis palabras.
Mientras eso ocurría, mi esposo no para de tomar fotos y video, y se preparaba para, cual paparazzi con dos cámaras en mano, seguir al nuevo integrante de la familia hasta el cunero, donde la báscula marcaría su primer peso: 3,890 kilogramos.
Ese día fue de emociones encontradas. Absoluta felicidad por su llegada, pero a la vez una inmensa tristeza por no tenerlo a mi lado, pues como al nacer tragó demasiado liquido, tuvieron que mantenerlo con oxígeno un par de horas para que éste se evaporara, lo que ocasionó que lo viera hasta el día siguiente a las 11 de la mañana.
Esa noche, una de las más largas de mi vida, me conformé con ver una y otra vez el video de su nacimiento, escuchar los elogios de los familiares y confiar en la palabra de los doctores, de mi madre y de mi esposo, quienes decían que él estaba muy bien.
martes, 19 de abril de 2011
Felices 33
Pocas son las personas a las que admiro en este mundo y hace un año y cuatro meses conocí a una que día a día admiro más.
Hay mil cosas que me encantan de esa persona. La pasión con la que vive, la intensidad con la que disfruta cada momento, la forma en que pregunta una y otra vez las cosas que no entiende, la manera en que duerme, su estilo al escribir, el modo en el que narra las historias de sus grupos favoritos, la manera en que pide el mismo consejo a 100 personas diferentes, haciéndole sentir a cada una que su consejo es el mejor; el cómo con su carita de niño se delata cuando hace algo indebido o dice una mentira, su profesionalismo y entrega, su manera de hablar, de platicar, de amar a sus seres cercanos; la forma en que observa cada uno de sus logros colgados en la pared de “su cuarto“, ese rincón en donde se pone a fantasear y a planear su siguiente entrevista, donde a veces come, duerme, juega, platica con la luna y sueña.
Hoy tengo mucho que agradecerle a la vida, a Dios y a mis suegros, pues hace 33 años nació ese hombre que roba cada uno de mis suspiros, que está presente en todos mis pensamientos, que me hace reír, soñar, que se ha convertido en mi cómplice, en mi mejor amigo, que me ha hecho creer en el amor “para siempre“, que me hace ver el otro lado de la vida, ese gran amigo, excelente hombre y ser humano, esa personita que en un par de semanas se convertirá en el mejor padre y que día a día me demuestra ser el mejor esposo.
Feliz cumpleaños, mi amor. Te amo con todo mi corazón. Espero y sé que este nuevo año que comienza para ti será algo completamente diferente pues la familia que decidimos formar en noviembre, en dos semanas crecerá con un tercer integrante, ese pequeñito tan esperado, amado y anhelado, ese niño que refleja nuestro amor y que será el más feliz por tenerte a su lado, por tener a un excelente hombre como su padre.
Aún en mi vientre, tu hijo te desea el mejor cumpleaños y te ama con su pequeño corazón. Ambos te damos las gracias por existir, por ser el mejor hombre para nosotros.
Feliz cumpleaños, mi amor. Feliz cumpleaños, papá.
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