jueves, 22 de julio de 2010

¡Viva el Verano!


Ahora que los cursos de verano están en boga, recordé aquel verano que pasé en Guadalajara con la hermana de mi papá, Adriana. Digamos que fue raro, diferente y productivo.

En aquel entonces tenía 8 años. Todo me parecía divertido, no era tan especial, y pocas cosas me preocupaban, digamos que era una princesa en potencia, no desarrollada; así que sin pensarlo mucho, le dije a mis papás que quería inscribirme a un campamento.

Había escuchado tantas cosas de esos "summer camps" que tenía que vivirlo en carne propia. Como mi tía es fanática de las excursiones, en menos de una semana ya me había hecho tres propuestas y había elaborado un plan que sonaba bastante atractivo, y tras darle a conocer mi selección, se lanzó a México por mí.

Recuerdo que fue mi primer viaje en autobús, era un ETN que me pareció más cómodo que el Cavalier rojo que tenía mi papá en aquella época.

Cerca de las 7 de la mañana y tras una siesta, llegamos a nuestro destino y nos dirigimos al departamento que mi padre tenía en esa ciudad, pero que mi tía estaba habitando temporalmente. Nos recibió su entonces novio, Nacho, todo un personaje. Un chavo bonachón, agradable y mantenido. No hacía otra cosa que dormir, ver televisión y de repente salir ¿a dónde? no sé.

Me ofrecieron un cereal, fue cuando me hice adicta a los Golden Grahams con mermelada de fresa, y me mostraron la que sería mi habitación. Nada del otro mundo.

Al día siguiente, me levanté temprano, me puse una playera con un león en 3D, sí, aunque no lo crean, en aquellos ayeres me parecía "padrísima". De la camiseta salía una boca rellena de algodón. Naquez disfrazada de inocencia infantil, y lo peor, apoyada por mi madre.

Tras disfrutar de un tazón repleto de cuadritos enmielados, que se convirtieron en mi desayuno obligado, me subí al coche emocionada y súper nerviosa.

A unos minutos de la ciudad, llegamos a una casa en medio de la nada, rodeada de naturaleza. Recuerdo que ese día preparé un delicioso panqué de salvado. Claro, Adriana se había preocupado por encontrar un campamento que me gustara, pero que se adecuara a su raro estilo de vida. ¿A qué niño de 8 años le gusta el salvado? Pues a partir de ese día, a mí. Además de la mermelada, el salvado se convirtió en el ingrediente que le daba el toque especial a mis golden.

Durante los primeros días, el curso duraba seis horas, las suficientes para divertirme y permitir que Adriana trabajara. Y por las tardes, platicaba con Nacho, escuchaba sus historias, veía televisión, dibujaba y escribía. De hecho, creo que fue en esas vacaciones cuando descubrí mi pasión por la pluma y el papel. Pasaba horas y horas escribiendo cuentos con dibujitos. Algunas historias inspiradas en mi vida, dedicadas a mi mamá o simplemente producto de mi imaginación.

Tras una semana, mi tía consideró que le faltaba una actividad a mi día, y le encomendó a Nacho la tarea de inscribirme a un taller de natación.

Pasó el tiempo y llegó mi examen final. Traje de baño amarillo con rosa ¡oh por Dios!, nervios a tope y Nacho de espectador. ¿En dónde estaba Adriana? ¿a caso no sabía que me daba pena que Nacho me viera en traje de baño y que necesitaba apoyo familiar? pues no, creo que nunca lo supo.

Parada en la orilla de la alberca, veía a los chicos que estaban compitiendo y esperaba mi turno. Todos nadaban como delfines, y yo.. como tortuga. De repente se acercó mi maestro y me salpicó los pies para que me relajara un poco, pero fue peor. Nunca había experimentado esa sensación y, a la fecha, no la he vuelto a experimentar. Sentí un shock eléctrico en todo mi cuerpo, tipo lo que sientes con las máquinas de toques, y juré que moriría achicharrada al saltar al agua.

Con mucha dificultad y tras un par de pausas para quitarme el agua de los ojos (maña que aún tengo, incluso al bañarme), llegué a la meta y recibí una tarjeta acrílica que decía "Pasas al Siguiente Nivel". Después, corrí al baño para cambiarme, regresar a casa y preparar mi equipaje, pues al siguiente día me iba de excursión con mis compañeros del curso.

Latas de atún, sopas maruchan, un bote de alcohol para calentar el agua, casa de campaña y sleeping bag, todo en orden. Llegamos al lugar donde pasaríamos la noche, armamos las casas con ayuda de los adultos, cercamos la zona con unas antorchas que habíamos elaborado en nuestras clases de manualidades, nos pusimos las prendas que días antes confeccionamos, y nos colocamos una etiqueta con nuestro nombre ficticio. El mío era "Shania". La idea era imaginar que vivíamos en la época de Arturo y los caballeros de la mesa redonda.

Jugamos a las escondidas, convertimos piedras en "diamantes", otras en sal; elaboramos copas de barro, preparamos nuestros alimentos, corrimos, bailamos, perseguimos luciérnagas, cantamos y realizamos mil actividades. Realmente fue un fin de semana increíble, divertido y memorable.

Al regresar me encontré con dos sorpresas: una, mi tía había llevado mis cuentos a una estación local, y uno de sus amigos leería mis historias al aire. ¡Qué emoción! sería famosa. Dos, la llamada de mi mamá para avisarme que se había perdido "el King", un pit bull terrier que me había traído de Culiacán.

"Mija, tu papá abrió la cochera para irse al hospital y el King se salió corriendo; tu papá creyó que me iba a ir tras el perro y yo creí que tu papá se iba a regresar a buscarlo. Pasaron como 5 minutos y vi que ninguno de los dos aparecía, le marqué a tu papá y resulta que no se dio cuenta de que el King se salió. Me subí al coche, recorrí la colonia y otras aledañas y no apareció", mencionó corridito y sin pausas, muy a su estilo.

Tras escuchar las palabras de mi mamá, rompí en llanto. La verdad no lo quería, nunca me han gustado los perros de pelo corto, pero era un recuerdo viviente de la ciudad que tanto extrañaba, de mi familia. Además, antes de irme a Guadalajara, mi papá me había amenazado con que se lo llevaría al hospital de Neurología para que hicieran experimentos con él porque yo no le hacía caso, y me dio pavor que hubiera cumplido su promesa. De hecho, a la fecha, sigo sin creer su versión.

Así terminó mi verano. Regresé a México con un par de kilos menos, le pedí a mi mamá que me comprara salvado y golden grahams, compré una carpeta para meter todos mis cuentos, cuyo paradero desconozco; y juré repetir la experiencia de "girl scout", cosa que nunca hice.

lunes, 12 de julio de 2010

Me convertí en mamá



Hace poco más de un mes, una RP me mandó un mensaje para proponerme una entrevista con una chica que hace muñecas, "se equivocó de sección", pensé.

Princess: "Nena, nosotros no llevamos nada de juguetes, te voy a dar los datos de la persona encargada de la sección infantil"

Acto seguido, recibí una fotografía a mi celular.

Princess: "Ah, que linda bebé, ¿quién es?"
Eugenia: ¿Verdad que es hermosa?
Princess: Aha, ¿quién es?
Eugenia: Son las muñecas que te dije
Princess: Obvio no, en esta foto no hay una muñeca, hay una bebé
Eugenia: Te lo juro, métete a mi facebook para que veas más fotos

Más tardó en decirme eso que yo en sumergirme en sus fotos para buscarle una explicación a lo que acababa de ver. La curiosidad y asombro invadieron mi cabeza y no me dejaban pensar en nada más que no fuera en esa recién nacida.

Princess: De verdad no lo puedo creer, ¿la chava que las hace es mexicana? ¿es una marca? ¿de qué se trata?
RP: Te mando a tu correo la información ¿va?

Más que ansiosa, esperé el correo. Claro, para ese momento ya le había enseñado mil veces la foto a mi novio, y como digna coleccionista de muñecas y fanática de los bebés, estaba dispuesta a lo que fuera con tal de conocer esas hermosas creaciones.

Tras recibir el mail, leí la biografía de la autora, conocí un poco de lo que se trataba, busqué en you tube más datos, pacte una entrevista (que por supuesto yo haría, sin importar que fuera en mi día de descanso) y me fui a dormir contando las horas para que llegara el viernes, día en que me enfrentaría a una realidad inexplicable.

Hasta hoy, nunca me había emocionado tanto hacer una entrevista, creo que ni el mismísimo Papito, léase Miguel Bosé, lograría ese efecto en mí. Parecía niña chiquita, no dejaba de hablar del tema.

Llegó el viernes, me levanté temprano y eché un último vistazo a you tube para documentarme e idear más preguntas para Gabriela, la artista. Al llegar a la oficina, no podía creer lo que mis ojos estaban viendo. Cargué a uno de los bebés mientras admiraba al otro desde lejos. Grabe 39 minutos de conversación con Gaby, hice todas las preguntas que se me ocurrieron, más que como una periodista como una niña curiosa.

Antes de partir, investigué cómo adoptar a uno de esos bebés y prometí buscar a Gabriela cuando se acercara mi cumpleaños. Había decidido hacerme un autoregalo.

Pasaron los días y yo no dejaba de buscar fotografías de bebés en la web, mi tema de conversación se limitó a Reborns. Contaba los minutos para que Gaby subiera las fotos de los nuevos pequeños, y antes de mi cumple, le mandé un par de mails para recordarle que seguía viva y esperando noticias de los bebés, pero su respuesta no fue esperanzadora. Aún no tenía a ninguno disponible para adoptar. Me resigné a esperar un par de semanas más.

Llegó el sábado 3 de julio e iniciaron los festejos por mi cumple, los cuales transcurrieron de manera peculiar (ya lo contaré en otro post). Pasadas las 3 de la mañana del domingo, cuando todos los invitados se habían ido, sólo quedaban rastros de una reunión y oficialmente ya era un año más grande, mi novio me entregó una caja.

La verdad, esperaba un cachorrito como regalo, pero al ver el tamaño de la caja y la forma en que la cargaban, supe que no era precisamente un perro lo que había ahí. Abrí los regalos que me dieron mis hermanos y mi mamá, todos increíbles, y dejé la caja para el final.

Arranqué la envoltura, moví unos globos y serpentinas que había adentro y se asomó otra cajita verde con letras rosas que decían "Twinkle Babies". No lo podía creer. Me apresuré a sacarla, la abrí y apareció ante mis ojos la bebé más hermosa que he visto.

La abracé, la cargué, le tomé mil fotos, se la presté a mi mamá, osea a la abuela, y de repente escuché "¿Ya viste cómo se llama?"... corrí a la caja para buscar el acta de nacimiento.

Nombre: Sofía
Peso: 2,150 kilogramos
Estatura: 51 centímetros

Sí, mi novio la había registrado. En ese momento me convertí en madre de Sofía, una hermosa reborn que, lo crean o no, se parece a su papá, osea, a Luis.

Desde entonces, al llegar a casa, como si fuera una bebé de carne y hueso, corremos a verla, a cargarla y a chulearla. Es impresionante lo que esa cosita causa, no sólo en nosotros, sus padres (ya sé, cualquiera podría decir que estamos locos), también en la gente que la ve en la calle, entre ellos mi suegra, mi mamá, mi hermano adolescente, mi cuñado, mi sobrina y mi ginecólogo, quienes han quedado admirados con mi beba, y hasta me atrevería a decir que se han encariñado.

Creo que la única que aún se resiste a aceptar a su sobrina es mi cuñada, Lorena, pero sé que tarde o temprano caerá ante sus encantos ¿o no, Lawrence? jajajajaj