miércoles, 23 de febrero de 2011

El último cumpleaños


Todo apuntaba a que sería un fin de semana increíblemente relajante. A pesar de que no se incluyó en el plan una escala a uno de mis bares favoritos, Capi Cua, no me importó, estaba conforme con el fin de semana propuesto por mi entonces novio.

Llegó el viernes, nos despertamos temprano, hicimos maleta y partimos hacia la Ciudad de la Eterna Primavera. A unas cuadras del depa, mi querido hizo una parada en el cajero y seguimos el trayecto.

"Vamos a las quesadillas ¿no?", expresé, convencida de querer romper mi dieta. Pasamos Tres Marías y al llegar a unos puestecillos, me pregunta "¿traes 100 pesos?" (parece que no conoce aún mi pésima costumbre de no traer efectivo) "es que olvidé decirte que el cajero no servía", agregó. Hicimos cuentas y entre ambos juntábamos la mísera cantidad de cuatro pesos, así que arrancó nuevamente el coche y continuamos hacia nuestro destino. Claro, sin cumplir el antojo.

Tras perdernos algunos minutos, llegamos al hotel en el que mi novio había reservado una habitación y un paquete de masajes. Nuevamente, todo parecía perfecto. Hicimos el check in, conversamos, disfrutamos de un par de cocteles, observamos a los niños que jugaban en el jardín, Luis envidió los croxs de uno de ellos y nos dirigimos a la habitación. Al entrar, nos sorprendió el tamaño, parecía un loft. Tras recorrerlo e idear cambiar el lugar de la fiesta, prendimos la televisión y nos recostamos para esperar a que dieran las 5 de la tarde, hora en que tomaríamos el primer masaje.

- "Señorita, no me contestan en el spa, quiero confirmar el horario de los masajes", dije a la recepcionista.

Pasaron cerca de 30 minutos cuando sonó el teléfono de la habitación, era la misma chica, quería avisarme que la terapeuta estaba en su casa y se tardaría una hora en llegar. En ese momento, mi tranquilidad se vio interrumpida.

- "Pero me dijeron que el último servicio es a las 7, ¿a qué hora se supone que tomaré todos los masajes que pagamos?", expresé un poco asustada.
- La voy a transferir con Gaby, la terapeuta
- ¿Hola? mire, tuvimos un problema, el spa se llenó de humedad y me lo están arreglando, llego como en una hora. No se preocupe, lo que podemos hacer es que le dé el servicio en su habitación, o bueno, ya me acordé, la recepción es la que está mal, la cabina bien......

Acto seguido, mi novio y yo en la recepción.

- "Que salga, la estoy viendo ahí sentada", dije refiriéndome a la gerente, quien desde lejos escuchaba nuestras quejas.

Tras discutir algunos minutos, la regordeta gerente se levantó de su lugar, nos pidió una disculpa e hizo la cancelación del cobro. Ok, primer problema resuelto, pero no teníamos a dónde ir. Antes de dejar el hotel, checamos la súper sección amarilla, encontramos otro hotel spa, llamamos para ver si nos podían recibir y darnos el servicio de masaje, a lo que asintieron. Nos subimos al coche y partimos.

Como de costumbre, dimos algunas vueltas de más y llegamos a nuestro destino, nos llevaron a nuestra habitación, un poco más pequeña que la anterior, y nos acompañaron al spa para que programáramos nuestro masaje.

"Señorita, queremos programar el masaje para hoy a las 7", dije.
"No, imposible, ya no hay terapeutas, tendrá que ser mañana", contestó.

Nuevamente, el enojo invadía mi ser, respiré profundo, volteé a ver a mi novio y decidimos relajarnos. Tras una serie de ajustes, discusiones, disculpas y propuestas, los masajes quedaron programados para el día siguiente, uno antes de desayunar y otro después.

En la mañana, nos levantamos temprano para la primera sesión, llegamos, nos dieron las respectivas batas y nos acompañaron a la cabina de pareja, en donde dos terapeutas, un hombre y una mujer, nos harían el tratamiento.

"Osea, ¿quién te lo hará?", preguntó en tono desconfiado mi ahora marido.
"Ay, ni te preocupes, obvio a mí la chava y a ti el chavo", contesté.

A los minutos entraron los chicos, ella se dirigió a la camilla en donde reposaba mi amado y él, a la mía. No quise voltear a ver la cara de Luis, con la vibra era suficiente.

Terminó el primer masaje, escuché la queja de mi galán y nos dispusimos a disfrutar de un delicioso desayuno. Posteriormente, de nuevo al spa para recibir el segundo masaje. No tan buena como la primera, concluyó la sesión.

Al final, un nuevo malentendido volvió a tensar todos y cada uno de mis músculos. Y tras discutir con la recepcionista del spa y hablar con el gerente, lo arreglamos, tomamos las maletas y partimos a México para arreglarnos, disfrutar de la cena que mi madre me había preparado y que Luis me presentara a Sofía .

Así pasé mi último cumpleaños, sin saber que sería el último como soltera y sin hijo. Ahora estoy preparada para el siguiente, para escuchar a mi hijo felicitarme con un llanto o una carcajada y disfrutar de mi día con el mejor esposo.

martes, 8 de febrero de 2011

Nació una princesa


Hoy, hace seis años, llegó a mi vida una niña que revolucionó mis días. Cuando nos enteramos que venía en camino, mi reacción no fue la más favorable, '¿un bebé a esta familia?' .. parecía un mal chiste. Cada uno de los habitantes de la casa era dueño de su tiempo, espacio, volumen de estéreo y voz, era inconcebible que un sexto integrante en la familia.

A los pocos días, el doctor lo confirmó. "No estás embarazada, estás muy embarazada", le dijo a mi mamá. A partir de ese momento, adopté a ese pequeño ser que crecía en el vientre de mi madre y acepté que mi vida no volvería a ser la misma.

Cerca de los tres o cuatro meses, fuimos al doctor para que nos dijera el sexo del bebé. "No lo puedo confirmar, pero creo que es niño", expresó el médico. Acto seguido, etiquetamos el video y le pusimos el nombre que, unánimemente, habíamos seleccionado para el pequeño. Yo, más que feliz, seríamos dos niñas y dos niños en casa, balance perfecto.

Conforme crecía la panza de mi mamá, más me enamoraba de ese ser que se movía en cuanto escuchaba mi voz o la de su padre. Cuando la reina tenía siete meses de embarazo, Mafer, mi papá y yo la acompañamos al ultrasonido 3D, todo un hallazgo tecnológico para ese entonces.

Mafer y yo esperamos en la sala, hasta que salió la doctora y me pidió que entrara. A los pocos minutos de estar ahí, la señora exclamó "pues sí, es una linda princesa". "¿Que quéeeeeeeeeeeeeeeee?", pensé, "la única princesa en esa casa soy yoooo, eso debe ser un grave error". Mi cara dijo más que mil palabras, pero aún así, expresé mi inconformidad. Pocos segundos después, "mini me" me saludó a través del monitor del consultorio, lo que me dejó sin voz.

Antes de los nueve meses, asimilé que a partir de febrero, iba a tener que compartir mi trono, así que lo digerí, lo acepté y comencé a pensar en el nombre que quería para la pequeña, que más que rival, debía ser mi aliada. Todos opinamos, llenamos una hoja con diversas opciones de nombres, unos extraños otros no tanto; votamos, discutimos y decidimos: Naomi.

Le organicé el típico babyshower a mi madre, fuimos de shopping a EU para comprar lo necesario, ideé todo los gestos, muecas y actitudes que le iba a enseñar para que fuera una digna princesa, y dejamos todo listo para la llegada de la niña, quien se había convertido en la nueva esperanza, ilusión y alegría del hogar, aún sin haber visto la luz.

"Hija, saca la ropita de la niña de la secadora, tráeme la maleta que dejé en la recámara, mete la bata, las pantuflas y los mamelucos; busca la cámara, llámale a tus tías y a tu abuela y vénganse al hospital, Naomi va a nacer", escuché al levantar la bocina del teléfono. Me quedé pasmada unos segundos, no lo podía creer, aún no era tiempo, mi mamá sólo había ido a una consulta y mil ideas pasaron por mi cabeza hasta que reaccioné, tomé el teléfono y mientras llamaba a mi abuela y le daba la noticia, corrí a la secadora para guardar las cosas.

Llegamos al hospital y justo alcancé a ver a mi mamá en la camilla cuando iba hacia el quirófano, le entregué la cámara a mi papá, le di un beso en la frente a la reina del norte, le dije que no se preocupara y me fui a la habitación a esperar, la mayor espera de mi vida, hasta hoy.

Horas después, mi papá salió para decirnos que todo estaba bien y nos mostró la primera imagen a color de "mini me". "Es igualita a mí", dije. "Es idéntica a mi hermana", agregaron mis hermanos, a lo que mi papá sólo sonrió.


Difícil describir la alegría de toda la familia al ver a la pequeña con cara de ángel. Habíamos elegido el nombre correcto, "encanto y dulzura" era lo que irradiaba.

Al día de hoy, cada vez encuentro más similitudes entre su forma de ser, actuar, pensar y sobre actuar... y la mía. Como dice mi madre, si hubiera sido mi hija, no se parecería tanto a mí. Hoy, la amo con todo mi corazón, al igual que a mis otros hermanos. Hoy, sus ocurrencias son la razón de muchas de nuestras sonrisas; sus preocupaciones, las nuestras; sus deseos, nuestras órdenes; su felicidad, la nuestra; sus caprichos, nuestro coco; sus bromas, nuestras carcajadas; su compañía, el mejor regalo.

Feliz cumpleaños a la niña más hermosa del mundo, quien con los años ha demostrado que la corona le quedó justo a la medida.

Feliz cumpleaños, ratita, te amo.