Hace un par de días escuché algo que me gustó y a la vez me hizo reflexionar: “atesorar fotografías y vivir del recuerdo te ancla al pasado y no te permite abrir las puertas para la llegada de cosas nuevas”. ¿Que qué? Pero si yo tengo guardado hasta el primer lápiz que use en kínder 2… bueno, exageré un poco porque ni kinder cursé.
Cartas de mis amigas de primaria, todas de colores, con figuritas, dibujos o escritas en código (valga decir que a ninguna sigo frecuentando); los recadito que mi mamá dejaba sobre mi buró cuando me portaba mal (vaya que eran varios días); la rosa que me dio mi ex novio de secundaria y ya está más muerta que nada, por cierto, me chocan las rosas; el globo en forma de muñequita o delfín, claro que desinflado y arrugado; los boletos de la película a la que fui con algún amigo, claro, el tiempo hizo de las suyas y ya ni se ven las letras; la fotografía grupal de la secundaria (obviamente con un hoyo en medio porque aquel día desperté odiando a miguelito y decidí eliminarlo); la paleta de malvavisco que me dieron de recuerdo en una reunión, la envoltura de los chocolates que me regalaron el 14 de febrero, y claro, hablando de San Valentín, no podían faltar los recaditos que me llegaron con una flor cuando estaba en el tec, y así, un sinfín de recuerditos que están guardados en una caja con las palabras: frágil, peligroso y explosivo. Cabe aclarar que no lo hice apropósito, la cajita me gustó para guardar mi tesoro y es un recuerdo en sí misma, ya que miguelito me la regaló un Día del Amor y la Amistad con un perro de peluche enorme (el cual murió incendiado en otro momento de despecho) y un celular, pero esa es otra historia.
De fotos ni hablemos, tengo las mi intercambio en Canadá (la mayoría con niños o bebés que me encontraba en la calle y les pedía permiso a los papás, ¡que oso, nadie hace eso!), las del convivio de hawolleen de la prepa, las que nos tomamos Laura, Karla y yo ese día que no teníamos nada que hacer...miles...
El punto es que esa cajita es mi cofre, mi vida encapsulada en letras y fotografías, y ahora quiero deshacerme de ella.
Ayer me desperté, le preparé el desayuno a Babyface, e inspirada en la letra de la canción “Mudanzas”, de la mismísima Leona Dormida, me dispuse a exterminar los recuerdos, no todos porque la cápsula del tiempo está en casa de doña nena, pero aquí, en mi nuevo nidito, tenía un par de tarjetas que un niño me dio en mi cumpleaños y otras cartas que me dejaba sobre mi cama para que las leyera al regresar del trabajo.
Comencé de adelante hacia atrás, es decir, con lo más reciente. Algunas cartas decían: “eres el amor de mi vida, siempre vamos a estar juntos, eres la mejor mujer del mundo y somos la pareja perfecta” (¿todos los enamorados decimos eso? Promesas al aire... espero que esta vez no sea así), otras tenían dibujadas mis iniciales y las de él, todas eran cursis, pero en su momento las vi como un premio Nóbel.
Después de leerlas por última vez, me atreví y fui tirando una a una, poco a poco comenzó a llenarse la bolsa de basura que tenía un lado; en ocasiones dudaba, “ay, pero está linda, me gusta el dibujito”, tonterías como esas, pero lo logré. El siguiente paso es vaciar la caja y dejarla lista para llenarla de nuevo… pero creo que está vez no será necesario vaciarla de nuevo...