Aún siendo una niña, desde hace casi 26 años, su vida ha estado completamente dedicada a su muñequita, a quien vestía tres veces al día para que todo mundo la viera impecable y hermosa, a quien defendía cuando sus primos no querían jugar con ella, a la que consentía a tal grado que todos la llamaban berrinchuda y caprichosa, a la que protegía del mundo entero.
Todas las noches, antes de que su muñeca se durmiera, elegía un cuento, lo narraba y en muchas ocasiones lo actuaba, sobre todo "el manomono", que hasta hoy nunca le he preguntado si lo inventó o fue uno de esos cuentos que se trasmitieron de generación en generación.
Su amor siempre fue incondicional a pesar de los berrinches, los pleitos y en ocasiones, las faltas de respeto; siempre estuvo dedicada a su muñequita, a cambio de su entrega se conformaba con escuchar un "mami, te quiero mucho". Desde que su muñeca apareció en escena nunca volvió a saber lo que era dormir sola, tenía que recostarse a su lado, entrelazar sus piernas con las de esa pequeña que apenas alcanzaba a tocar sus rodillas con la punta de sus piecitos fríos.
Su cabello rizado, su mirada penetrante, su silueta perfecta, su carácter fuerte e imponente, su piel impecable, su tono agradable y chistoso, y su aroma de ángel, como ella misma describe, siempre llamaron mi atención, soñaba con ser como ella cuando fuera grande, en ocasiones robaba alguna de sus prendas, incluso, cuando se iba de viaje, aprovechaba para usar sus zapatillas, su maquillaje, y jugar a ser grande.
Madre y padre a la vez, se las ingenió para que nunca le faltara nada a su muñequita: el vestido más lindo de la tienda, moños de todos colores para combinarlos con sus distintos atuendos, la barbie de moda, el juego de té, las pinturas, el resorte, la cuerda para saltar, los accesorios de Kitty, los raspados del malecón, la mochila distinta cada inicio de ciclo escolar, los dulces gringos recién llegados a Culiacán, los "suspiros" de la casita de chocolate, las polly pockets, todo, todo lo que la pequeña deseaba, ella se lo daba. ¿Cómo? aún no lo entiendo.
Poco a poco esa muñeca se fue convirtiendo en mujer, en una princesa que nadie podía tocar. Sí, berrinchuda, caprichosa, vanidosa, pero a la vez tierna, sincera, entregada, confiada y feliz, muy feliz. Sus exigencias fueron cambiando: el nuevo aparato para hacer ejercicio, la ropa de moda, el cd de su artista favorito, maquillaje, bolsas, zapatos, muñecas, zapatillas, el menú especial de dieta, el jamón especial, chocolates, barritas, viajes, permisos... y todo se lo siguió cumpliendo.
Desvelos, lágrimas, enojos, dolores de cabeza formaron parte de su vida durante la adolescencia de su princesa rebelde, pero con los años, sólo puedo decir que valió la pena y espero que para ella también. Hoy, esa princesa no sería quien es actualmente, con errores y defectos, pero también con muchos aciertos y virtudes.
Muchas ocasiones me quejé de su carácter, de su exagerada atención; quería salir huyendo de su casa o enviarla de vacaciones a un lugar lejano, desértico, así podría relajarse, descargar su estrés cotidiano y regresar lista para aguantar de nuevo todo lo que representaba ser ama de una casa de locos.
Hoy ya no estoy con ella, la veo pocas veces debido a mi trabajo (cosa que en ocasiones no entiende). Llego a su casa y es chistoso ver cómo, justo ahí, el tiempo parece detenerse. Mi hermana dedicada a su novio, mi hermano a la música, la más pequeña a su mundo de princesas, y ella, entregada a sus hijos, a su casa.
Han pasado casi 26 años y su vida sigue siendo igual, su prioridad seguimos siendo nosotros y, aparentemente, nadie se da cuenta; mis hermanos no lo agradecen y mi papá menos, pero con el tiempo, estoy segura que agradecerán su entrega, su amor y dedicación; agradecerán el que haya sido madre de tiempo completo.
Hoy la extraño, me hace falta su presencia, su cama siempre impecable, sus palabras, sus regaños, sus consejos; extraño llegar a casa y escuchar "¿ya comiste? ¿qué vas a comer?... simplemente hay días como hoy en que necesito a mi mami...