martes, 18 de enero de 2011

Perdidos en Tokyo


Siempre tuve la espinita de conocer ese lugar, tan lejano ante mis ojos y tan cerca como la imaginación lo permitía. En la escuela, cuando tenía que representar un país, no lo pensaba ni dos segundos, mi respuesta siempre era la misma: Japón. No dejaba pasar oportunidad para lucir el kimono que mi papá me había traído de su último viaje, e inspirada en aquel país, hasta había elegido el nombre de la hija que un día esperaba tener, "Aiko, se llamará Aiko".

A los 15 años tuve lo que se podría llamar la primera oportunidad para viajar a esos lares, pero mi indecisión no permitió que se concretara el plan, por lo que tuve que seguir esperando, y fue en noviembre de 2009 cuando mi sueño se hizo realidad al lado de mis hermanos, mi papá y un intruso en la familia. Doliéndonos dejar a mi mamá, emprendimos el viaje difícil de describir en líneas.

Angustia, emoción, desesperación, enojo, felicidad y asombro son algunos de los adjetivos que puedo utilizar para hablar sobre dicha travesía.

Al llegar al aeropuerto, mi papá nos recordó un pequeño detalle que habíamos olvidado "bueno, Fer, Pablo y tú se van en un avión, y Edgar, Naomi y yo en otro; nos veremos en Tokyo para tomar juntos el vuelo a Nagoya, ustedes llegan una o dos horas antes que nosotros". Hasta ese momento todo sonaba bien, no tuvimos inconveniente, al contrario, que él se llevara a mini me era un peso menos.

México - Tokyo fue nuestro primer destino. Llegamos perfecto, tomamos algunas fotografías de rigor en el aeropuerto y nuestra primera sorpresa fueron los sanitarios con música, efectos especiales para disimular los sonidos gastrointestinales y múltiples llaves para aseo personal, todo incluido en el WC.

Recorrimos las tienditas del aeropuerto y nos dirigimos a la sala de abordar para esperar a los otros tres integrantes del grupo. "Ya sé", dije, "hay que escondernos para que se asusten cuando lleguen y crean que nos perdimos". A lo que Fer y Pablo asintieron sin problema. Justo cuando vimos que los pasajeros de su vuelo se dirigían a la sala, nos escondimos. Pasaron 5, 10, 15, 20 minutos y la mitad de la familia Telerín no aparecía.

Comencé a sentir un ligero dolor en el estómago, pero para no asustar a los otros dos chicos, intenté tranquilizarme. Tras 40 minutos, una japonecita con un inglés lamentable anunció que el vuelo estaba a punto de despegar. Corrimos hacia el mostrador y con señas intentamos comunicarle a la señorita que estábamos perdidos en Tokyo y la mitad de nuestra familia no había llegado. Fue uno de los episodios más difíciles del viaje, pues nunca nos entendieron.

Tomamos el camión que nos llevaría hasta el avión, con la esperanza de encontrar tres rostros conocidos al abordar, pero nunca sucedió. Sin un dólar o yen en la cartera, arribamos a Nagoya. Tomamos nuestro equipaje y con lagrimita remi nos dirigimos al segundo mostrador. "Señorita, perdimos a nuestro papá y hermanos", intentamos explicarles en inglés, pero a cambio recibíamos risas extrañas y caras de what.

Decididos a dormir en el aeropuerto y hacer una vida tipo Tom Hanks en "La Terminal", nos quedamos parados en medio de la nada sin saber qué hacer, hasta que descubrimos una casa de cambio. ¡Bingo! "cambiaré unos pesos para sobrevivir y no morir de sed". Ilusa, ¿pesos? ¿qué es eso?.... y de repente se escuchó una voz salvadora, era Pablo. "A ver, traigo unos dólares, hay que cambiarlos y ahorita pedimos que nos lleven a un hotel, ya mañana vemos qué onda".

Cuando estábamos resignados a vagar por las calles sin rumbo fijo, una chica apareció con una hoja, al acercarnos, la letra nos pareció familiar.
------"Nos dejó el avión, tuvimos que tomar un tren, los veo en un rato en el Hotel X. Papá". --------
El cielo se iluminó y volvimos a respirar. "Perfecto, tomamos un taxi, lo pagamos con tu dinero, Pablo, y que mi papá te lo dé al rato", comenté... pero más tardé en armar la idea que en que la señorita nos desanimara y nos dijera cuán caro era el taxi por aquellos lugares, casi 3 mil pesos nos cobrarían por llevarnos a nuestro destino, por lo que nos escribió en un papel cómo pedir tres boletos de tren y nos indicó en dónde bajarnos.

Seguimos las instrucciones al pie de la letra y nos bajamos en el número 8, tal como decía la hoja. Cansadísimos y cargando 25 kilos de equipaje, caminamos calles y calles, pues al parecer las indicaciones no habían sido tan precisas. Intentamos comunicarnos con un par de peatones que se cruzaban en nuestro camino, pero todos nos ignoraban, hasta que una estudiante universitaria apareció con un vaso de Starbucks. "Hablas inglés", le preguntamos. "Sí, un poco, ¿qué necesitan?", respondió. Le contamos nuestra trágica historia mientras caminamos calles y calles. Efectivamente, estábamos un poco alejadas.

De repente, apareció frente a nosotros el letrero del hotel. "Aquí damos vuelta a la derecha", exclamó la chava, al tiempo que vimos llegar un taxi, del cual bajaron tres personitas, una más pequeña que las otras. Nunca nos había dado tanto gusto verlos como ese día. Casi llorando, corrimos a abrazarlos y a contarles nuestra aventura, y claro, mi papá se disculpó por dejarnos sin provisiones y nos ofreció llevarnos a cenar, así remedió su falta e inició la travesía familiar...

martes, 11 de enero de 2011

Lo que me enamoró


Antier, en mi desvelo obligado por la gripe, encendí la televisión y encontré una de las primeras películas que me regaló mi hermana en DVD, "10 Things I Hate About You", la cual, años después, tuvo bien a hurtarla de mi recámara y no regresarla jamás.
Es cursi, para adolescentes, hollywoodense, etc, etc, pero el punto es que entretuvo mi insomnio y me hizo reflexionar acerca de las cosas que pocas veces uno se detiene a pensar.. ¿qué fue lo que me enamoró?

Lo he dicho y repetido hasta el cansancio, cuando conocí a mi esposo, no hubo nada que me impactara, al contrario, de inmediato percibí que éramos como agua y aceite, y que pocas cosas tendríamos en común, pero tardé poco en descubrir que no era necesario que nos atrajera el mismo tipo de música, que tuviéramos los mismos hobbies, que las costumbres para dormir fueran las mismas, que nuestro estilo de alimentación partiera de la misma base... las muchas diferencias que existían entre nosotros pasaron a segundo término, pues encontré en esa cara de niño cosas que me encantaron y me hicieron enamorarme como hasta ahora... y hoy comparto 5 de ellas, que, ojalá, el tiempo nunca acabe con ellas....

1. Su peculiar forma de ver la vida y los problemas. En ese entonces me impactó su tranquilidad, juré que no tenía un solo problema en la vida, que nada le molestaba, no se enganchaba con tonterías... claro, después descubrí que la mayoría de la gente tiende a mostrar lo mejor de sí en las primeras citas y que esa actitud tan positiva no era tal como yo la veía... pero algo había de eso.

2. Los detalles. Si algo me ha encantado desde pequeña son las sorpresas y los detalles. No hay cosa que más valore hoy en día que eso, ya que con la tecnología, el ajetreo diario, la ligereza con que la gente toma las cosas y otros etcéteras, tal parece que muchos han olvidado que las relaciones son como una planta, sino se riegan, se mueren. El café a media tarde, el ir a su casa y, sin importar mi hora de salida, regresar a darme un beso, los papelitos con mensajes en mi lugar, las cartas escritas con puño y letra, las frases halagadoras como "me encantas", "que hermosa"... la rosa comprada en la esquina, las canciones dedicadas, el invitarme a ver una película, los abrazos en la noche, las pláticas en el sillón café, el beso antes de dormir... fueron algunos de los gestos que me enamoraron... aunque hoy, algunos, sólo son parte del recuerdo.

3. Su pasión. Y no precisamente me refiero a la carnal, que claro está, también tuvo algo que ver. Hablo más bien de el toque especial que le imprime a todo lo que hace, la ilusión con la que habla sobre sus entrevistas, sobre la música que escucha y las historias de sus grupos, sus ganas escondidas de aprender a tocar la batería, la forma en que atesora sus grabaciones, las horas que puede dedicar a investigar datos curiosos sobre sus grupos favoritos, su forma de querer "evangelizarme" con los CDs que comenzó a grabarme desde la primera semana. Siempre es bueno admirar a la persona que tienes al lado, para mí, es una de las cosas más importantes... y él lo logró en poco tiempo.

4. Su parte infantil. Esos berrinches de niño, la pena que sintió al conocer a mis papás o al pasar a mi departamento por primera vez, la carita de travieso cuando se robaba conchas de la alacena o lo encontraba haciendo tacos de jamón aún después de haberme dicho que no tenía hambre, los ojitos de borrego a medio morir que me hacía cuando pasábamos al lado de los "fruty lupis" en el super, sus ganas de sentirse apapachado y mimado, las visitas que le hacía a mi vecino de escritorio sólo para verme de reojo, las llamadas a escondidas de mañana, tarde y noche, el dejarme en el teléfono para que escuchara cómo chiqueaba a su perra, su distracción total y el verlo dormir como ahora lo hace mi hijo en mi vientre, pegado a mí.

5. Las pláticas. Lo diferente que pensamos en muchas ocasiones o lo poco que uno sabe sobre el tema que le gusta al otro fueron razones suficientes para compartir horas y horas de conversación en el sillón café, en la cama, en la cocina, en el auto mientras íbamos a su casa o a la mía, mientras dábamos mil vueltas a la misma calle de la Condesa buscando un lugar para cenar, el hablar de nuestras historias en común, pero tan diferentes a la vez.. de nuestros deseos, aspiraciones y tipo de relación ideal, el revelar secretos a medias y fingir que el otro no se da cuenta, las explicaciones, el comentar lo que más nos disgustaba, poner reglas básicas de convivencia como "no uses mi rastrillo".