jueves, 29 de diciembre de 2011

Bienvenida a la Ciudad de México


Como algunos ya lo saben, provengo del lugar más hermoso de la República: Culiacán, Sinaloa, pero desde hace más de una década radico en chilangolandia.

Parece que fue ayer cuando arribé de la ciudad de los Tomateros, traía unas mallas floreadas, shorts verde olivo que hacían juego con un saco del mismo color, unas botas altas por eso del frío de la ciudad y una bolsa negra llena de recuerdos, esperanza y emoción. ¡Vaya outfit!

Bajé del avión, observé todo a mi alrededor, me asombré al descubrir que en el D.F. no existían las estrellas y a cambio de eso tenían una serie de luces rojas por todos lados, me sorprendí cuando la aeromoza dijo que teníamos que subirnos a un camión para llegar a la terminal que nos correspondía, lloré cuando le sonreí a una niña como señal de amistad y como respuesta obtuve una mueca acartonada, me reí cuando escuché hablar a una pareja de defeños y me enojé cuando otros se burlaron de mi tono y forma de hablar.

Recogimos nuestras pertenencias, incluyendo un bull terrier american stanford, último regalo que recibí de mis primos y, a decir verdad, el cual conseguí mediante chantaje emocional.

Cuando por fin encontramos la sala de llegadas nacionales vi a mi papá a lo lejos, esperaba ansioso a su retoño y a la reina del norte que traería orden a su vida, osea, mi mamá.

Nos subimos a una camioneta RAM y partimos rumbo a Satélite para visitar a una tía y después dirigirnos al que sería mi nuevo hogar. No sé cuántas horas pasaron, las suficientes para que mi papá y yo nos pusiéramos al tanto de nuestras vidas después de casi 7 años sin vernos. Me dijo que todo estaría bien, que iría a una escuela donde tendría muchos amigos, que visitaría Culiacán periódicamente, que México me encantaría, que los chilangos no son tan malos como dicen por ahí, que en Japón ya existían los CD´s musicales (en México aún no) e incluso me dijo que me regalaría un mini CD que trajo de su viaje; me contó algunas de sus aventuras en aquella tierra súper lejana ante mis ojos y me emocioné tanto, que desde ese momento se convirtió en mi sueño conocer algún día Japón.

Pasaron dos horas, mi papá ya conocía mi color favorito, mis pasatiempos y el grado escolar al que debía inscribirme; yo escuché a qué se dedicaba y no dejé de sorprenderme al verlo por el retrovisor y comprobar nuestro enorme e indiscutible parecido.

Verdaderamente estaba asombrada, no podía creer que siguiéramos en el coche, por un momento sentí que había llegado al aeropuerto de un pueblo o una ciudad lejana al Distrito Federal, mi mente no podía procesar que en las calles existiera esa cantidad de coches ¡con razón me ardían los ojos! Suficiente humo salía de cada uno de ellos como para dejarme ciega.

Mi sorpresa fue aún mayor cuando cruzamos un arco que decía “Buen Viaje, vuelva pronto a la Ciudad de México” ¿pues a dónde me llevaban? ¿Acaso eso de la nueva vida en el D.F. fue sólo un engaño? O peor aún ¿mi papá se había arrepentido de traernos y nos iba a regresar, pero por carretera?

Señores vendiendo papas y frituras en medio de la calle, camiones verdes llamados microbuses, cuyos conductores se sentían los dueños de la ciudad; carros metiéndose a la fila… todo era nuevo para mí, pero sabía que eso era parte mi nueva vida en chilangolandia.

Después de tres horas de aventura, llegamos a casa de mi tía, quien me recibió con un “Princesaaaaa (una ”a” que cantó por aproximadamente 5 minutos), que grandeeeee (otros 5 minutos de vocal cantadita) estás”. La primera pregunta que pasó por mi cabeza fue ¿así tengo que hablar ahora? Y sí, así hablo actualmente, de mi lindo acento norteño no queda nada, y tarde, pero aprendí que ir del aeropuerto a Satélite no es viajar, que Periférico dista mucho de ser una carretera, que no debo sonreírle a desconocidos cuando voy por la calle, que aquí no puedo pedir en la panadería un "torcido", que debo decir "goma" en vez de "borrador", que en el supermercado no venden "goma" para el cabello, que el zacate aquí se llama pasto, que Culiacán sigue siendo el lugar más hermoso y que las norteñas somos bien aceptadas en estas tierras.

lunes, 26 de diciembre de 2011

Navidad 2011


No recordaba cuándo había sido la última vez que la pasamos juntos. No tenía recuerdo alguno de aquella ocasión. No sé qué cenamos, qué nos regalamos ni qué platicamos; de hecho, no sé si platicamos o compartimos la cena en silencio, como en muchas ocasiones.

Sólo recuerdo que en 2007, decidí invitarlos a mi nueva casa. Pretendía que fuera una Navidad especial para ellos y para mí. Iniciaba una nueva etapa en mi vida y quería que la pasáramos juntos, pero esta vez en mi espacio.

Todos aceptaron la invitación, excepto él. Amenazó con anticipación que no iría, que no quería arruinarnos la cena. Prestamos poca atención, pues creímos que era una más de sus advertencias sin cumplir y que llegaría a tiempo para cenar y disfrutar de la noche.

Me esmeré en arreglar la casa, preparé algunas botanas y dejé todo listo. A los pocos minutos, llegaron mis invitados cargados de regalos y refractarios con comida. Al saludarlos, me di cuenta que faltaba un integrante de la familia. Sí, había cumplido su advertencia.

Esa fue la primera Navidad de cuatro que no pasó con nosotros. Sin embargo, este año fue diferente. No sé si el nacimiento de Rodrigo, Emma y Alan le hizo reflexionar, quizá el darse cuenta que la infancia de Naomi está volando o probablemente el no querer pasar una Navidad más solo, pero días antes del 24 dio a entender que sí la pasaría con nosotros, incluso, no se quejó al recibir la notificación de que estaba incluido en nuestro tradicional intercambio.

Tenía muchas expectativas de esta Navidad. Sería la primera con Rodrigo y mis sobrinos, la primera en la que nos reuniríamos tres familias diferentes, la mía, la de mi hermana y la de mi mamá. Había planeado tomar mil fotos, vestir guapos a los niños y hacerles una sesión fotográfica en la sala de la abuela, que,en estas fechas, parece la misma sala de la señora Claus por el colorido y variedad de adornos que coloca en cada rincón.

Nada de eso se cumplió. Mis sobrinos se enfermaron un día antes y tuvieron que estar encerrados con vaporizaciones y medicamento; Rodrigo, puntual como siempre, se durmió a las 8 de la noche; faltó un integrante de la nueva familia, no hubo fotos y fue la primera Navidad, en muchos años, que mi mamá no cocinó su delicioso y esperado menú navideño; sin embargo, fue mucho mejor de lo que esperaba.

Compartimos la cena entre risas, anécdotas y pláticas tontas. El vino hizo de las suyas y nos dio un buen rato de diversión. Hicimos el intercambio y al parecer, por primer año, todos quedamos conformes, o eso dejamos ver. Mi hermano, a su forma particular, pidió sus respectivos abrazos, y todos nos deseamos lo mejor.

Nos quedamos los que debíamos hacer labor de Santa. Acomodamos los regalos alrededor del árbol de Navidad y nos fuimos a acostar. Yo, con la misma emoción de siempre y con la ilusión de ver las caras de los niños al despertar. Compartimos cama los tres y pese a los pronósticos, dormimos perfecto.

En la mañana, el primero en despertar fue Rodrigo. Al ver que estábamos a su lado, pero con gran espacio entre cada uno, se limitó a sonreír y a platicar, hasta que despertó a Naomi, y ella, a su vez, a todos los demás.

Aún con caras de dormidos y con mucho sueño, bajamos al árbol, y la Navidad del 2011 terminó con la imagen más hermosa, los cuatro niños jugando con sus regalos de Santa, gritando y sonriendo.

jueves, 26 de mayo de 2011

Crónica de un nacimiento


Parece que fue ayer cuando, invadida por los nervios y el miedo, desperté temprano, me metí a bañar, contuve las ganas de darle un trago a mi botella de agua, me cambié con la ropa más cómoda que encontré, me sequé el cabello, cerré mi maleta y me subí al coche.

Durante el trayecto, twitee un par de cosas, mientras mi marido intentó distraerme con sus típicas trivias musicales, pero mi mente estaba en otro lugar, intentando imaginar a la personita que conocería en un par de horas y bloqueando los nervios excesivos por la cesárea.

Llegamos al hospital, saludamos a mi papá, quien nos esperaba ansioso desde varios minutos antes, hicimos el ingreso y apareció mi mamá, mi tía, dos de mis hermanos y una prima. Me abrazaron, me desearon suerte y subí el elevador para dirigirme a la sala de enfermeras, donde me prepararían para la cirugía que estaba programada en 30 minutos.

Contesté dos o tres veces las mismas preguntas, a la enfermera, al anestesiologo y al ginecólogo de guardia. El tiempo pasaba más rápido que de costumbre, mi corazón palpitaba más fuerte y mi temperatura bajaba poco a poco.

Tras las últimas fotos del recuerdo con mi bebé dentro de mi vientre, el camillero anunció mi partida. Para ese momento, mis nervios estaban a tope. Todo me daba miedo, había escuchado tantas historias del “bloqueo” que estaba aterrorizada. “Doctor, ¿hay alguna anestesia intermedia entre la general y el bloqueo?,” pregunté antes de abandonar la habitación, pero mi pregunta sólo causó risas.

Ya en el quirófano, se escuchaba de fondo una pieza de música clásica, al tiempo que la voz de una doctora me decía: “tranquila, todo estará bien, no duele, vas a sentir, pero sin dolor”. Minutos después, el anestesiologo me indicó que me pusiera de lado para bloquearme. “Necesito que no te muevas, sube tus piernas lo más que puedas, pero que no te incomode, tu brazo en esta posición, no lo muevas para nada, vas a sentir un piquetito y posiblemente te ardan un poco las piernas, yo te aviso cuándo”. En esos momentos, trataba de recordar mis clases de yoga, “respira, reten cuatro tiempos, fuera el aire”.

Justo cuando iba a sentir el dichoso piquetito, mi ginecólogo se puso frente a mí, me acarició el brazo y me tranquilizó. Y sí, tenían razón, el piquetito dolió menos que el calambre que sentí dos veces en la cadera.

Escuchando las aventuras del anestesiologo en su reciente viaje a Londres, poco a poco fui perdiendo sensibilidad en las piernas hasta que, a lo lejos, percibí la voz de mi doctor, “ya vamos a comenzar”.

No sé cuánto tiempo pasó cuando de repente vi a mi esposo parado a mi lado pronunciando un “te amo” que escuché entre sueños. Por más que intentaba, no podía mantener los ojos abiertos, lo cual me preocupaba, pues quería ver a mi hijo en cuanto saliera de mi vientre. Decidí dejar de pelear con ellos, los cerré y centré mi atención en mis oídos, a través de ellos sabría cuando Rodrigo llegara a este mundo.

Escuché fragmentos de plática entre el pediatra y mi esposo, y cuando el doctor dijo “vente, ya casi sale”, nuevamente abrí los ojos y me mantuve alerta. “Ya se ve el cabello, viene muy grande, calculo 4 kilos…”, fueron las primeras expresiones con relación a mi hijo. Acto seguido, el anestesiologo preguntó “¿necesitan ayuda?”, sentí una gran presión sobre mi panza y, segundos después, escuché claramente el llanto de mi gordo.

Moría por verlo, luchaba por mantenerme despierta y volteaba a mi lado izquierdo esperando que de un momento a otro apareciera su imagen, y así fue, me lo mostraron un par de segundos y se lo llevaron. Minutos después, mientras mi bebé lloraba a todo pulmón, el pediatra lo acostó sobre mi pecho. Ese ha sido uno de los momentos más especiales de mi vida. En cuanto su cuerpo tocó mi piel, su llanto cesó y sus ojos buscaban los míos mientras escuchaba atento mis palabras.

Mientras eso ocurría, mi esposo no para de tomar fotos y video, y se preparaba para, cual paparazzi con dos cámaras en mano, seguir al nuevo integrante de la familia hasta el cunero, donde la báscula marcaría su primer peso: 3,890 kilogramos.

Ese día fue de emociones encontradas. Absoluta felicidad por su llegada, pero a la vez una inmensa tristeza por no tenerlo a mi lado, pues como al nacer tragó demasiado liquido, tuvieron que mantenerlo con oxígeno un par de horas para que éste se evaporara, lo que ocasionó que lo viera hasta el día siguiente a las 11 de la mañana.

Esa noche, una de las más largas de mi vida, me conformé con ver una y otra vez el video de su nacimiento, escuchar los elogios de los familiares y confiar en la palabra de los doctores, de mi madre y de mi esposo, quienes decían que él estaba muy bien.

martes, 19 de abril de 2011

Felices 33



Pocas son las personas a las que admiro en este mundo y hace un año y cuatro meses conocí a una que día a día admiro más.

Hay mil cosas que me encantan de esa persona. La pasión con la que vive, la intensidad con la que disfruta cada momento, la forma en que pregunta una y otra vez las cosas que no entiende, la manera en que duerme, su estilo al escribir, el modo en el que narra las historias de sus grupos favoritos, la manera en que pide el mismo consejo a 100 personas diferentes, haciéndole sentir a cada una que su consejo es el mejor; el cómo con su carita de niño se delata cuando hace algo indebido o dice una mentira, su profesionalismo y entrega, su manera de hablar, de platicar, de amar a sus seres cercanos; la forma en que observa cada uno de sus logros colgados en la pared de “su cuarto“, ese rincón en donde se pone a fantasear y a planear su siguiente entrevista, donde a veces come, duerme, juega, platica con la luna y sueña.

Hoy tengo mucho que agradecerle a la vida, a Dios y a mis suegros, pues hace 33 años nació ese hombre que roba cada uno de mis suspiros, que está presente en todos mis pensamientos, que me hace reír, soñar, que se ha convertido en mi cómplice, en mi mejor amigo, que me ha hecho creer en el amor “para siempre“, que me hace ver el otro lado de la vida, ese gran amigo, excelente hombre y ser humano, esa personita que en un par de semanas se convertirá en el mejor padre y que día a día me demuestra ser el mejor esposo.

Feliz cumpleaños, mi amor. Te amo con todo mi corazón. Espero y sé que este nuevo año que comienza para ti será algo completamente diferente pues la familia que decidimos formar en noviembre, en dos semanas crecerá con un tercer integrante, ese pequeñito tan esperado, amado y anhelado, ese niño que refleja nuestro amor y que será el más feliz por tenerte a su lado, por tener a un excelente hombre como su padre.

Aún en mi vientre, tu hijo te desea el mejor cumpleaños y te ama con su pequeño corazón. Ambos te damos las gracias por existir, por ser el mejor hombre para nosotros.

Feliz cumpleaños, mi amor. Feliz cumpleaños, papá.

jueves, 17 de marzo de 2011

Y se llamará...


Sebastián, Emilio, Christian, Carlos, Demián, Héctor, Daniel, Santiago, Leonel, René.... fueron sólo algunos de los muchos nombres que mi esposo y yo propusimos para nuestro bebé.

Desde el 31 de diciembre, cuando supimos el sexo, no paramos de discutir sobre el mejor nombre para el nuevo integrante de la familia. Compramos libros, buscamos en internet, checamos significados y en las reuniones con amigos aprovechábamos para buscar apoyo y obtener más votos a favor del nombre preferido de cada uno, hasta organizamos una dinámica de papelitos con mis primas y mi tía , pero nada funcionó. Fue hasta el 1 de marzo cuando supimos cuál será el nombre de nuestra mejor creación, osea, nuestro hijo.... aquí la historia.

Desde hace cerca de 12 años me convertí en más que fan de la fotógrafa australiana Anne Geddes. Muñecos, relojes, calendarios, libros, bolsas y demás artículos de su marca invadían mi recámara y computadora. Cada que se presentaba la oportunidad, aprovechaba para aumentar mi colección. Uno de mis grandes sueños era escucharla, conocerla o tener algo autografiado por ella... y aunque una vez estuve a 10 minutos de topármela en una tienda de Disney, el tiempo no estuvo a mi favor y ese pendiente seguía en mi lista de "Cosas por lograr".

Por otro lado, poco tiempo después de iniciar una relación con mi marido y saber las entrevistas que hasta ese día había conseguido, varias de ellas imposibles para muchos mortales, le hice dos peticiones especiales. "Amor, ¿puedes entrevistar a Anne Geddes y a Miguel Bosé?" y sólo se rió, pero gracias a mi capacidad persuasiva, por no decir mi ser caprichoso, jodon e insistente, después de varios meses me cumplió uno de los dos deseos.

"Tengo la entrevista mañana a las 5:00, hora de México", me avisó. No lo podía creer, sería el primer mexicano en entrevistarla!!! y yo..... podría escucharla!!!! "No, no me gusta que me escuchen cuando hago entrevistas", me dijo tras escuchar mi petición. Hice unos ojos de borrego (sí, aja) y dije: "No es pregunta, a esa hora bajo a tu lugar".

Cuarenta minutos duró la conversación entre mi amado y mi estrella favorita. Ella no paraba de hablar, él de preguntar y yo de sonreír. Dentro de esa plática, mi marido tuvo bien a explicarle que su esposa es su súper fan y que estábamos esperando un bebé, y tras felicitarlo, le preguntó el nombre de nuestro pequeño para autografiarle un libro y enviárselo. "No, aún no hay nombre, en cuanto lo tengamos se lo haré llegar, muchas gracias", contestó.

Más tarde, mientras comentábamos la entrevista, se le ocurrió una brillante idea. "¿Y si le pedimos que ella elija el nombre y nos quitamos de problemas?". Y sí, así fue. Le envió un correo solicitándole que decidiera entre las dos opciones que teníamos: la de él, Rodrigo, y la mía, Héctor.

Se atravesó el fin de semana y con él nuestros nervios aumentaron. Mi marido checaba su correo cada que tenía oportunidad para ver si ya tenía la respuesta tan esperada, pero fue hasta el martes 1 de marzo a las 15:11, hora de México, cuando recibimos el correo de su asistente con el nombre elegido.

"She asked us to tell you that she truly appreciates the honor you have given her by asking, and also to tell you that she likes the name Rodrigo."

Y sí, ganó el papá gracias a uno de mis máximos ídolos. Hoy estamos en la espera del ejemplar autografiado y aunque no será para mí, es mucho más especial porque es para ese pequeñito tan esperado, amado y anhelado, Rodrigo.

P.D. Gracias, amor, por cumplir uno más de mis sueños, por la gran entrevista y por ser el mejor esposo del mundo.

miércoles, 23 de febrero de 2011

El último cumpleaños


Todo apuntaba a que sería un fin de semana increíblemente relajante. A pesar de que no se incluyó en el plan una escala a uno de mis bares favoritos, Capi Cua, no me importó, estaba conforme con el fin de semana propuesto por mi entonces novio.

Llegó el viernes, nos despertamos temprano, hicimos maleta y partimos hacia la Ciudad de la Eterna Primavera. A unas cuadras del depa, mi querido hizo una parada en el cajero y seguimos el trayecto.

"Vamos a las quesadillas ¿no?", expresé, convencida de querer romper mi dieta. Pasamos Tres Marías y al llegar a unos puestecillos, me pregunta "¿traes 100 pesos?" (parece que no conoce aún mi pésima costumbre de no traer efectivo) "es que olvidé decirte que el cajero no servía", agregó. Hicimos cuentas y entre ambos juntábamos la mísera cantidad de cuatro pesos, así que arrancó nuevamente el coche y continuamos hacia nuestro destino. Claro, sin cumplir el antojo.

Tras perdernos algunos minutos, llegamos al hotel en el que mi novio había reservado una habitación y un paquete de masajes. Nuevamente, todo parecía perfecto. Hicimos el check in, conversamos, disfrutamos de un par de cocteles, observamos a los niños que jugaban en el jardín, Luis envidió los croxs de uno de ellos y nos dirigimos a la habitación. Al entrar, nos sorprendió el tamaño, parecía un loft. Tras recorrerlo e idear cambiar el lugar de la fiesta, prendimos la televisión y nos recostamos para esperar a que dieran las 5 de la tarde, hora en que tomaríamos el primer masaje.

- "Señorita, no me contestan en el spa, quiero confirmar el horario de los masajes", dije a la recepcionista.

Pasaron cerca de 30 minutos cuando sonó el teléfono de la habitación, era la misma chica, quería avisarme que la terapeuta estaba en su casa y se tardaría una hora en llegar. En ese momento, mi tranquilidad se vio interrumpida.

- "Pero me dijeron que el último servicio es a las 7, ¿a qué hora se supone que tomaré todos los masajes que pagamos?", expresé un poco asustada.
- La voy a transferir con Gaby, la terapeuta
- ¿Hola? mire, tuvimos un problema, el spa se llenó de humedad y me lo están arreglando, llego como en una hora. No se preocupe, lo que podemos hacer es que le dé el servicio en su habitación, o bueno, ya me acordé, la recepción es la que está mal, la cabina bien......

Acto seguido, mi novio y yo en la recepción.

- "Que salga, la estoy viendo ahí sentada", dije refiriéndome a la gerente, quien desde lejos escuchaba nuestras quejas.

Tras discutir algunos minutos, la regordeta gerente se levantó de su lugar, nos pidió una disculpa e hizo la cancelación del cobro. Ok, primer problema resuelto, pero no teníamos a dónde ir. Antes de dejar el hotel, checamos la súper sección amarilla, encontramos otro hotel spa, llamamos para ver si nos podían recibir y darnos el servicio de masaje, a lo que asintieron. Nos subimos al coche y partimos.

Como de costumbre, dimos algunas vueltas de más y llegamos a nuestro destino, nos llevaron a nuestra habitación, un poco más pequeña que la anterior, y nos acompañaron al spa para que programáramos nuestro masaje.

"Señorita, queremos programar el masaje para hoy a las 7", dije.
"No, imposible, ya no hay terapeutas, tendrá que ser mañana", contestó.

Nuevamente, el enojo invadía mi ser, respiré profundo, volteé a ver a mi novio y decidimos relajarnos. Tras una serie de ajustes, discusiones, disculpas y propuestas, los masajes quedaron programados para el día siguiente, uno antes de desayunar y otro después.

En la mañana, nos levantamos temprano para la primera sesión, llegamos, nos dieron las respectivas batas y nos acompañaron a la cabina de pareja, en donde dos terapeutas, un hombre y una mujer, nos harían el tratamiento.

"Osea, ¿quién te lo hará?", preguntó en tono desconfiado mi ahora marido.
"Ay, ni te preocupes, obvio a mí la chava y a ti el chavo", contesté.

A los minutos entraron los chicos, ella se dirigió a la camilla en donde reposaba mi amado y él, a la mía. No quise voltear a ver la cara de Luis, con la vibra era suficiente.

Terminó el primer masaje, escuché la queja de mi galán y nos dispusimos a disfrutar de un delicioso desayuno. Posteriormente, de nuevo al spa para recibir el segundo masaje. No tan buena como la primera, concluyó la sesión.

Al final, un nuevo malentendido volvió a tensar todos y cada uno de mis músculos. Y tras discutir con la recepcionista del spa y hablar con el gerente, lo arreglamos, tomamos las maletas y partimos a México para arreglarnos, disfrutar de la cena que mi madre me había preparado y que Luis me presentara a Sofía .

Así pasé mi último cumpleaños, sin saber que sería el último como soltera y sin hijo. Ahora estoy preparada para el siguiente, para escuchar a mi hijo felicitarme con un llanto o una carcajada y disfrutar de mi día con el mejor esposo.

martes, 8 de febrero de 2011

Nació una princesa


Hoy, hace seis años, llegó a mi vida una niña que revolucionó mis días. Cuando nos enteramos que venía en camino, mi reacción no fue la más favorable, '¿un bebé a esta familia?' .. parecía un mal chiste. Cada uno de los habitantes de la casa era dueño de su tiempo, espacio, volumen de estéreo y voz, era inconcebible que un sexto integrante en la familia.

A los pocos días, el doctor lo confirmó. "No estás embarazada, estás muy embarazada", le dijo a mi mamá. A partir de ese momento, adopté a ese pequeño ser que crecía en el vientre de mi madre y acepté que mi vida no volvería a ser la misma.

Cerca de los tres o cuatro meses, fuimos al doctor para que nos dijera el sexo del bebé. "No lo puedo confirmar, pero creo que es niño", expresó el médico. Acto seguido, etiquetamos el video y le pusimos el nombre que, unánimemente, habíamos seleccionado para el pequeño. Yo, más que feliz, seríamos dos niñas y dos niños en casa, balance perfecto.

Conforme crecía la panza de mi mamá, más me enamoraba de ese ser que se movía en cuanto escuchaba mi voz o la de su padre. Cuando la reina tenía siete meses de embarazo, Mafer, mi papá y yo la acompañamos al ultrasonido 3D, todo un hallazgo tecnológico para ese entonces.

Mafer y yo esperamos en la sala, hasta que salió la doctora y me pidió que entrara. A los pocos minutos de estar ahí, la señora exclamó "pues sí, es una linda princesa". "¿Que quéeeeeeeeeeeeeeeee?", pensé, "la única princesa en esa casa soy yoooo, eso debe ser un grave error". Mi cara dijo más que mil palabras, pero aún así, expresé mi inconformidad. Pocos segundos después, "mini me" me saludó a través del monitor del consultorio, lo que me dejó sin voz.

Antes de los nueve meses, asimilé que a partir de febrero, iba a tener que compartir mi trono, así que lo digerí, lo acepté y comencé a pensar en el nombre que quería para la pequeña, que más que rival, debía ser mi aliada. Todos opinamos, llenamos una hoja con diversas opciones de nombres, unos extraños otros no tanto; votamos, discutimos y decidimos: Naomi.

Le organicé el típico babyshower a mi madre, fuimos de shopping a EU para comprar lo necesario, ideé todo los gestos, muecas y actitudes que le iba a enseñar para que fuera una digna princesa, y dejamos todo listo para la llegada de la niña, quien se había convertido en la nueva esperanza, ilusión y alegría del hogar, aún sin haber visto la luz.

"Hija, saca la ropita de la niña de la secadora, tráeme la maleta que dejé en la recámara, mete la bata, las pantuflas y los mamelucos; busca la cámara, llámale a tus tías y a tu abuela y vénganse al hospital, Naomi va a nacer", escuché al levantar la bocina del teléfono. Me quedé pasmada unos segundos, no lo podía creer, aún no era tiempo, mi mamá sólo había ido a una consulta y mil ideas pasaron por mi cabeza hasta que reaccioné, tomé el teléfono y mientras llamaba a mi abuela y le daba la noticia, corrí a la secadora para guardar las cosas.

Llegamos al hospital y justo alcancé a ver a mi mamá en la camilla cuando iba hacia el quirófano, le entregué la cámara a mi papá, le di un beso en la frente a la reina del norte, le dije que no se preocupara y me fui a la habitación a esperar, la mayor espera de mi vida, hasta hoy.

Horas después, mi papá salió para decirnos que todo estaba bien y nos mostró la primera imagen a color de "mini me". "Es igualita a mí", dije. "Es idéntica a mi hermana", agregaron mis hermanos, a lo que mi papá sólo sonrió.


Difícil describir la alegría de toda la familia al ver a la pequeña con cara de ángel. Habíamos elegido el nombre correcto, "encanto y dulzura" era lo que irradiaba.

Al día de hoy, cada vez encuentro más similitudes entre su forma de ser, actuar, pensar y sobre actuar... y la mía. Como dice mi madre, si hubiera sido mi hija, no se parecería tanto a mí. Hoy, la amo con todo mi corazón, al igual que a mis otros hermanos. Hoy, sus ocurrencias son la razón de muchas de nuestras sonrisas; sus preocupaciones, las nuestras; sus deseos, nuestras órdenes; su felicidad, la nuestra; sus caprichos, nuestro coco; sus bromas, nuestras carcajadas; su compañía, el mejor regalo.

Feliz cumpleaños a la niña más hermosa del mundo, quien con los años ha demostrado que la corona le quedó justo a la medida.

Feliz cumpleaños, ratita, te amo.

martes, 18 de enero de 2011

Perdidos en Tokyo


Siempre tuve la espinita de conocer ese lugar, tan lejano ante mis ojos y tan cerca como la imaginación lo permitía. En la escuela, cuando tenía que representar un país, no lo pensaba ni dos segundos, mi respuesta siempre era la misma: Japón. No dejaba pasar oportunidad para lucir el kimono que mi papá me había traído de su último viaje, e inspirada en aquel país, hasta había elegido el nombre de la hija que un día esperaba tener, "Aiko, se llamará Aiko".

A los 15 años tuve lo que se podría llamar la primera oportunidad para viajar a esos lares, pero mi indecisión no permitió que se concretara el plan, por lo que tuve que seguir esperando, y fue en noviembre de 2009 cuando mi sueño se hizo realidad al lado de mis hermanos, mi papá y un intruso en la familia. Doliéndonos dejar a mi mamá, emprendimos el viaje difícil de describir en líneas.

Angustia, emoción, desesperación, enojo, felicidad y asombro son algunos de los adjetivos que puedo utilizar para hablar sobre dicha travesía.

Al llegar al aeropuerto, mi papá nos recordó un pequeño detalle que habíamos olvidado "bueno, Fer, Pablo y tú se van en un avión, y Edgar, Naomi y yo en otro; nos veremos en Tokyo para tomar juntos el vuelo a Nagoya, ustedes llegan una o dos horas antes que nosotros". Hasta ese momento todo sonaba bien, no tuvimos inconveniente, al contrario, que él se llevara a mini me era un peso menos.

México - Tokyo fue nuestro primer destino. Llegamos perfecto, tomamos algunas fotografías de rigor en el aeropuerto y nuestra primera sorpresa fueron los sanitarios con música, efectos especiales para disimular los sonidos gastrointestinales y múltiples llaves para aseo personal, todo incluido en el WC.

Recorrimos las tienditas del aeropuerto y nos dirigimos a la sala de abordar para esperar a los otros tres integrantes del grupo. "Ya sé", dije, "hay que escondernos para que se asusten cuando lleguen y crean que nos perdimos". A lo que Fer y Pablo asintieron sin problema. Justo cuando vimos que los pasajeros de su vuelo se dirigían a la sala, nos escondimos. Pasaron 5, 10, 15, 20 minutos y la mitad de la familia Telerín no aparecía.

Comencé a sentir un ligero dolor en el estómago, pero para no asustar a los otros dos chicos, intenté tranquilizarme. Tras 40 minutos, una japonecita con un inglés lamentable anunció que el vuelo estaba a punto de despegar. Corrimos hacia el mostrador y con señas intentamos comunicarle a la señorita que estábamos perdidos en Tokyo y la mitad de nuestra familia no había llegado. Fue uno de los episodios más difíciles del viaje, pues nunca nos entendieron.

Tomamos el camión que nos llevaría hasta el avión, con la esperanza de encontrar tres rostros conocidos al abordar, pero nunca sucedió. Sin un dólar o yen en la cartera, arribamos a Nagoya. Tomamos nuestro equipaje y con lagrimita remi nos dirigimos al segundo mostrador. "Señorita, perdimos a nuestro papá y hermanos", intentamos explicarles en inglés, pero a cambio recibíamos risas extrañas y caras de what.

Decididos a dormir en el aeropuerto y hacer una vida tipo Tom Hanks en "La Terminal", nos quedamos parados en medio de la nada sin saber qué hacer, hasta que descubrimos una casa de cambio. ¡Bingo! "cambiaré unos pesos para sobrevivir y no morir de sed". Ilusa, ¿pesos? ¿qué es eso?.... y de repente se escuchó una voz salvadora, era Pablo. "A ver, traigo unos dólares, hay que cambiarlos y ahorita pedimos que nos lleven a un hotel, ya mañana vemos qué onda".

Cuando estábamos resignados a vagar por las calles sin rumbo fijo, una chica apareció con una hoja, al acercarnos, la letra nos pareció familiar.
------"Nos dejó el avión, tuvimos que tomar un tren, los veo en un rato en el Hotel X. Papá". --------
El cielo se iluminó y volvimos a respirar. "Perfecto, tomamos un taxi, lo pagamos con tu dinero, Pablo, y que mi papá te lo dé al rato", comenté... pero más tardé en armar la idea que en que la señorita nos desanimara y nos dijera cuán caro era el taxi por aquellos lugares, casi 3 mil pesos nos cobrarían por llevarnos a nuestro destino, por lo que nos escribió en un papel cómo pedir tres boletos de tren y nos indicó en dónde bajarnos.

Seguimos las instrucciones al pie de la letra y nos bajamos en el número 8, tal como decía la hoja. Cansadísimos y cargando 25 kilos de equipaje, caminamos calles y calles, pues al parecer las indicaciones no habían sido tan precisas. Intentamos comunicarnos con un par de peatones que se cruzaban en nuestro camino, pero todos nos ignoraban, hasta que una estudiante universitaria apareció con un vaso de Starbucks. "Hablas inglés", le preguntamos. "Sí, un poco, ¿qué necesitan?", respondió. Le contamos nuestra trágica historia mientras caminamos calles y calles. Efectivamente, estábamos un poco alejadas.

De repente, apareció frente a nosotros el letrero del hotel. "Aquí damos vuelta a la derecha", exclamó la chava, al tiempo que vimos llegar un taxi, del cual bajaron tres personitas, una más pequeña que las otras. Nunca nos había dado tanto gusto verlos como ese día. Casi llorando, corrimos a abrazarlos y a contarles nuestra aventura, y claro, mi papá se disculpó por dejarnos sin provisiones y nos ofreció llevarnos a cenar, así remedió su falta e inició la travesía familiar...

martes, 11 de enero de 2011

Lo que me enamoró


Antier, en mi desvelo obligado por la gripe, encendí la televisión y encontré una de las primeras películas que me regaló mi hermana en DVD, "10 Things I Hate About You", la cual, años después, tuvo bien a hurtarla de mi recámara y no regresarla jamás.
Es cursi, para adolescentes, hollywoodense, etc, etc, pero el punto es que entretuvo mi insomnio y me hizo reflexionar acerca de las cosas que pocas veces uno se detiene a pensar.. ¿qué fue lo que me enamoró?

Lo he dicho y repetido hasta el cansancio, cuando conocí a mi esposo, no hubo nada que me impactara, al contrario, de inmediato percibí que éramos como agua y aceite, y que pocas cosas tendríamos en común, pero tardé poco en descubrir que no era necesario que nos atrajera el mismo tipo de música, que tuviéramos los mismos hobbies, que las costumbres para dormir fueran las mismas, que nuestro estilo de alimentación partiera de la misma base... las muchas diferencias que existían entre nosotros pasaron a segundo término, pues encontré en esa cara de niño cosas que me encantaron y me hicieron enamorarme como hasta ahora... y hoy comparto 5 de ellas, que, ojalá, el tiempo nunca acabe con ellas....

1. Su peculiar forma de ver la vida y los problemas. En ese entonces me impactó su tranquilidad, juré que no tenía un solo problema en la vida, que nada le molestaba, no se enganchaba con tonterías... claro, después descubrí que la mayoría de la gente tiende a mostrar lo mejor de sí en las primeras citas y que esa actitud tan positiva no era tal como yo la veía... pero algo había de eso.

2. Los detalles. Si algo me ha encantado desde pequeña son las sorpresas y los detalles. No hay cosa que más valore hoy en día que eso, ya que con la tecnología, el ajetreo diario, la ligereza con que la gente toma las cosas y otros etcéteras, tal parece que muchos han olvidado que las relaciones son como una planta, sino se riegan, se mueren. El café a media tarde, el ir a su casa y, sin importar mi hora de salida, regresar a darme un beso, los papelitos con mensajes en mi lugar, las cartas escritas con puño y letra, las frases halagadoras como "me encantas", "que hermosa"... la rosa comprada en la esquina, las canciones dedicadas, el invitarme a ver una película, los abrazos en la noche, las pláticas en el sillón café, el beso antes de dormir... fueron algunos de los gestos que me enamoraron... aunque hoy, algunos, sólo son parte del recuerdo.

3. Su pasión. Y no precisamente me refiero a la carnal, que claro está, también tuvo algo que ver. Hablo más bien de el toque especial que le imprime a todo lo que hace, la ilusión con la que habla sobre sus entrevistas, sobre la música que escucha y las historias de sus grupos, sus ganas escondidas de aprender a tocar la batería, la forma en que atesora sus grabaciones, las horas que puede dedicar a investigar datos curiosos sobre sus grupos favoritos, su forma de querer "evangelizarme" con los CDs que comenzó a grabarme desde la primera semana. Siempre es bueno admirar a la persona que tienes al lado, para mí, es una de las cosas más importantes... y él lo logró en poco tiempo.

4. Su parte infantil. Esos berrinches de niño, la pena que sintió al conocer a mis papás o al pasar a mi departamento por primera vez, la carita de travieso cuando se robaba conchas de la alacena o lo encontraba haciendo tacos de jamón aún después de haberme dicho que no tenía hambre, los ojitos de borrego a medio morir que me hacía cuando pasábamos al lado de los "fruty lupis" en el super, sus ganas de sentirse apapachado y mimado, las visitas que le hacía a mi vecino de escritorio sólo para verme de reojo, las llamadas a escondidas de mañana, tarde y noche, el dejarme en el teléfono para que escuchara cómo chiqueaba a su perra, su distracción total y el verlo dormir como ahora lo hace mi hijo en mi vientre, pegado a mí.

5. Las pláticas. Lo diferente que pensamos en muchas ocasiones o lo poco que uno sabe sobre el tema que le gusta al otro fueron razones suficientes para compartir horas y horas de conversación en el sillón café, en la cama, en la cocina, en el auto mientras íbamos a su casa o a la mía, mientras dábamos mil vueltas a la misma calle de la Condesa buscando un lugar para cenar, el hablar de nuestras historias en común, pero tan diferentes a la vez.. de nuestros deseos, aspiraciones y tipo de relación ideal, el revelar secretos a medias y fingir que el otro no se da cuenta, las explicaciones, el comentar lo que más nos disgustaba, poner reglas básicas de convivencia como "no uses mi rastrillo".